miércoles, 11 de julio de 2007

Benito Pablo Juárez García

Homenaje a Juárez

La estatura de los hombres bien pudiera medirse por su actuar en su presente, la visión de su pasado histórico y por la previsión a largo plazo del futuro (el poeta diría, que son hombres que tienen un inmenso recuerdo de su pasado y también de su futuro; que es una forma de decir que son hombres que vislumbraron la eternidad). El filósofo Baruch Spinoza propuso que un hombre que no considera un lapso de tres mil años para tomar decisiones, es un tonto. Es decir, la grandeza de los hombres pudiera medirse porque su existencia la han dirigido respondiéndose las esenciales preguntas ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Para acercarse así a la respuesta de la gran pregunta ¿quiénes somos?
En los inicios del siglo XIX México no existía. Como ningún otro momento de nuestra historia, en el siglo antepasado nuestro país estuvo próximo a la disgregación. México, en la realidad, no existía y a punto estuvo de tampoco existir en la formalidad de los documentos normativos ni en los históricos.
El siglo XIX exigió ingentes cantidades de sangre de los mexicanos, al principio se derramó para liberar al país del yugo oprobioso, del saqueo sistemático e impío de la colonia española y el régimen racista que impusieran los colonizadores. Luego continuaron las luchas por el poder de los cacicazgos locales que dominaban el país pero que nunca tuvieron la estatura para gobernarlo y ni siquiera alcanzaron a crearse una imagen de la vastitud del territorio nacional. Semejantes líderes hubieran provocado la dispersión de lo que hoy es México en múltiples pequeñas naciones sin trascendencia, sin importancia y sin idea de unidad en una sola nación.
El México en que hoy vivimos, un país pluricultural, pluriétnico, con un inmenso territorio aun cuando en ese mismo siglo fuera mutilado por la rapiña norteamericana, un país con una tradición de alta cultura de más de treinta siglos, con riquezas naturales difícilmente comparables en el mundo, con las reservas de especies vegetales y animales que unos cuantos países del mundo pueden comparar.
Nación de semejante grandeza fue viable tan sólo porque hubo hombres en su historia que tuvieron la estatura para confrontar los retos que implicaba la salvación de México. Esos hombres fueron los liberales mexicanos del siglo XIX que encabezó Benito Pablo Juárez García.
Benito Juárez y el grupo de los liberales que accionó a su lado consiguieron la unificación de un país que estaba prácticamente desmembrado, cuya población era analfabeta en más del 90 por ciento y cuya era cercana a la hambruna. Consiguieron establecerse por encima de los violentos liderazgos caciquiles regionales. En un nuevo derramamiento de sangre que exigió la lucha contra el fanatismo y la intransigencia religiosas, lograron la separación de la iglesia y el estado para que los religiosos se encargaran de los conflictos espirituales personales de todo aquel individuo que admita sus creencias y la intervención de una persona ajena en su más íntimo reducto personal y, por su parte, el estado se encargara de la regulación normativa de la vida social de los mexicanos, sin prejuicios ni discriminaciones. Se impusieron al fanatismo de los que pretendían perpetuar sus privilegios sustentados en creencias dogmáticas que les resultaban muy convenientes. Resistieron la intervención del imperio más poderoso del momento histórico en el mundo. Nos dieron una constitución que normó la vida nacional el resto del XIX y sirvió de base para una nueva constitución que fuera, al menos en la letra, una de las más avanzadas del mundo. En pocas palabras, fundaron el país que ha sido México hasta este momento. Por si todo eso fuera poco, los liberales, hombres de inmensa estatura espiritual, grandiosos en las múltiples disciplinas que cultivaba en su persona cada uno de ellos –no olvidemos que uno solo de ellos solía ser militar, legislador, estadista, científico, político, literato, con calidad no menor que la de padre de familia–, refundaron la literatura mexicana la que, en tiempos posteriores, ha dado una de las más formidables literaturas en español, es decir, en el mundo.
México ha vivido los últimos 50 años en vecindad con la potencia que más poder destructivo ha acumulado en la historia de la humanidad. México ha resistido la avasalladora influencia del tan poderoso imperio gracias a dos cosas, una, a que nuestra cultura es tan ancestral como la más antigua cultura humana, en nuestro territorio surgió una de las civilizaciones originarias de la humanidad, lo que nos da una reserva cultural e identidataria que no tiene el gran imperio; y dos, a los hombres que supieron dar unificación al país a la vez que libertad.
Los mexicanos de la actualidad pertenecemos a una gran nación, en buena medida se lo debemos a los liberales mexicanos del siglo XIX que encabezó Benito Pablo Juárez García, el que nos demostró que la grandeza de México es la grandeza de sus hombres.
Hoy vivimos un momento de gran peligro para la nación. Después de que el pueblo mexicano expulsó del poder a un partido político que corrompiera los ideales de igualdad, libertad y fraternidad propios del liberalismo original, con la imposición de un engendro indefinible e indefinido que llaman neoliberalismo que más bien es –en caso de exigir definición– una feroz dictadura del mercado, del dinero. Al poder llegó un partido retardado un siglo, al menos, en la historia. Un presidente que jamás ha tenido el mando (al parecer ni siquiera la más tibia y democrática representación ni en su propio hogar) y que ha conducido al país en medio del desbarajuste. Y que, finalmente, está empezando a provocar una enconada confrontación entre los mexicanos y un grave retroceso en la democracia que tanta sangre ha costado y tantos esfuerzos y lucidez de muchos mexicanos. Hoy desde el gobierno que apeló en su momento al voto democrático del pueblo, quiere hacer un golpe de estado preventivo cancelando los sagrados derechos democráticos de los que hasta el momento, se ha demostrado, son la mayoría de los habitantes de este país, los que quieren votar por un político que no es del agrado del presidente o de quien gobierna; lo cual de ninguna manera debe afectar los derechos de los ciudadanos de este país. No es ocioso recordar las grandes luchas seculares, las catástrofes sufridas en 1810, en 1910. Estamos en 2005 a cuatro años con nueve meses del 2010 y las injusticias se acumulan, el 0.5 por ciento de los más ricos se apropian del 30 por ciento de la riqueza nacional, mientras que el 30 por ciento de los más pobres, están cerca de la hambruna. La más elemental lógica nos indica que en tales condiciones de desigualdad nadie puede vivir en paz, como ya empieza a ocurrir por la inseguridad. Esa situación debe cambiar. Alguien ha dicho en alusión a esto que “Por el bien de todos, primero los pobres”.
Hacemos votos fervientes para que la grave confrontación que está provocando el gobierno se cancele por la sensatez y la mesura más el reconocimiento de que si no fueron capaces de gobernar a la nación, sean capaces de hacer avanzar la transición democrática.
Hoy rendimos este homenaje al hombre que con su firmeza, sus ideas y su accionar logró que el futuro de este país adquiriera rumbo durante el siglo siguiente de la desaparición física de ese hombre, nuestro hermano mayor, el segundo padre de la patria, Benito Pablo Juárez García.
Es cuanto.

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