jueves, 26 de julio de 2007

Wojtyla vive

Lo que sigue es un artículo del escritor colombiano Fernando Vallejo. Pretende ser un escrito venenoso contra la iglesia católica y El Vaticano. Vallejo odia a aquella institución y a quien la representa, se tiene que observar alguna reserva con este escritor que con frecuencia pierde la mesura y se deja llevar por el odio que siente por los católicos y más bien por la institución, por más que la mayoría de las veces tenga razón.



Wojtyla vive

Fernando Vallejo


Wojtyla vive. Vive en sus obras. Sus malas obras. En el mal inmenso que le ha hecho a la humanidad con su oposición al control natal en un planeta superpoblado en que la capa de ozono está rota, los ríos están convertidos en cloacas, el mar es un desaguadero de cloacas y se está muriendo, las últimas selvas tropicales que quedan están desapareciendo y especies y más especies son destruidas a un ritmo inexorable por la rapacidad del depredador más destructivo que haya existido desde que el sol alumbra, el ser humano. Hoy somos 6.400 millones, de los cuales 3.000 millones han nacido durante los 26 años del pontificado de Wojtyla. De este aumento monstruoso de la población él es el primer responsable. ¡Si por lo menos se hubiera callado el pico! Pero no, tenía que hablar y hablar y hablar para hacerse ver como el vanidoso protagónico que fue y que se parrandeó a plenitud y hasta el último instante con su último aliento su puesto de Pontífice Máximo de esa institución inmoral y corrupta que es la Iglesia católica, el rebaño-jauría de las ovejas carnívoras. Cómplices suyos en la gran catástrofe demográfica que él instigó y que nos ha puesto al borde del precipicio y de la destrucción total de la Tierra han sido todos los jefes de Estado de nuestro tiempo empezando por los presidentes de los Estados Unidos y todos los líderes religiosos como los ayatolas musulmanes, pero ninguna oposición a los anticonceptivos y al aborto tan necia, tan cerril, tan obtusa como la suya, la de este lobo disfrazado de cordero, este hombrecito travestido que durante 26 años nos representó la farsa de la santidad. Santo que se hace ver es un vanidoso. No puede haber santidad protagónica, eso es un oxímoron, como cuando decimos sol oscuro. ¿Y a son de qué y en nombre de qué se oponía al control demográfico? De la vida, según él. ¿Pero es que es vida la que llevan miles de millones de seres humanos sumidos en la miseria, el desempleo, el hambre, la enfermedad y la desesperanza? ¿O la que arrastramos todos, ricos y pobres, en un mundo de ciudades y carreteras atestadas en el que el agua y el petróleo se están acabando y en el que el crimen, la impunidad y la bellaquería se han ido apoderando inexorablemente de todas las sociedades? ¿O la de los animales masacrados en los mataderos, en las selvas y en el mar, por todas partes, sin que quienes detentan el poder político y el religioso alcen siquiera su voz para pedir la mínima compasión? ¿Eso es vida? Pero soy injusto. Wojtyla sí tenía su fórmula para el control demográfico: la abstinencia sexual por fuera del matrimonio, y aun en su seno cuando la eyaculación no esté destinada a la reproducción, cual es el caso del coitus per angostam viam o sodomización de la mujer que atenta contra la propagación de la especie. ¿O interpreto mal, cardenal Ratzinger? Y se lo pregunto a usted que es gran teólogo y decano del Sacro Colegio de Cardenales y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (galimatías cantinflesco tras el que se oculta ni más ni menos que la Santa Inquisición moderna) porque Wojtyla el infalible ya no está y en el interregno en que esto escribo todavía no se reúne el cónclave y le nombran sucesor, otro infalible, y hoy no tengo a quién preguntarle habida cuenta que Tomás de Aquino también ya murió: hace 731 años. En cuanto al homosexualismo y la pederastía, que también podrían servir para el control demográfico y que tantos curas, obispos, arzobispos y cardenales practican con fervor clandestino, Su Santidad los detestaba. ¡Es que le dieron tantos dolores de cabeza y le trajeron tantos sinsabores y demandas estos prelados non sanctos! Hasta el punto de que le estaban secando las arcas de algunas de sus diócesis más productivas, como las norteamericanas de Boston y de Portland, Oregon, la cual se tuvo que declarar en quiebra para eludir la avalancha de juicios por pederastía contra sus curas que se le vino encima. Ochocientos cincuenta millones de dólares han tenido que pagar las diócesis norteamericanas para acallar a los que demandan a sus curas y obispos por abuso sexual y tapar el escándalo. Si tenemos en cuenta que los católicos de los Estados Unidos le producen al Vaticano 7.500 millones al año, las demandas todavía son costeables, pero dada la voracidad por el dinero que caracterizó a Wojtyla, perder semejante platal para él ha debido de ser algo espantoso, como un segundo mal de Parkinson. ¡Ah, cómo le amargaron los maricas su reinado a Su Santidad! Y así Ella, Su Santidad, fue un papa homofóbico o "mataputos", como se dice en México. Y por añadidura paidófobo, detestaba a los niños. Y en prueba esa palmada en la mano que le dio, ya al final de su vida, a una niña que le ayudaba a lanzar unas palomas desde su ventana (la famosa ventana que da a la plaza de San Pedro y se abre al cielo de mi Diosito) porque la niña por nerviosa se equivocó y las lanzó mal y una se le devolvió y le dio un aletazo a él en la cara y casi lo caga. No se pudo controlar el santo y le propinó a la niña su buena palmada que filmaron y transmitieron por televisión. Yo la vi, a las cinco de la tarde, en un noticiero de televisión. Cuando horas después traté de volver a ver la palmada en otro noticiero de la media noche, ya la habían cortado. Wojtyla no hizo pues suya la frase de Cristo "Dejad que los niños vengan a mí", que le ha llenado en cambio la vida al padre Marcial Maciel, fundador del jardín florido de los Legionarios de Cristo mexicanos y quien durante el pontificado del difunto papa tuvo abiertas de par en par las puertas del Vaticano, por el que entraba y salía como san Pedro por su casa, o como nuestro Alfonso López Trujillo, quien cuando fue arzobispo de Medellín se distinguió por su pederastía tanto como por sus negocios non sanctos con la mafia que finalmente le costaron la expulsión de mi ciudad y su exilio en el Vaticano donde lo recibieron con los brazos abiertos y en premio a sus trapacerías y sodomías lo nombraron presidente del Consejo Pontificio para la Familia, altísimo cargo desde el que nuestro paisano llueve y truena contra lo que conoce muy bien, el coito sodomítico que atenta contra la supervivencia de la especie, y desde el que insiste tercamente en su tesis de que el virus del sida traspasa los condones. ¿Será que lo habrán infectado? ¿O será que lo habrán preñado? Teólogos metidos a sexólogos, fornicadores haciéndose los remilgados, que por ahí no pichan. Ah, y al arzobispo de Boston el cardenal Bernard Law, el funcionario de más alto rango de la Iglesia católica de los Estados Unidos y quien en diciembre del 2002 tuvo que renunciar a su arzobispado por las presiones de los católicos de su diócesis que lo acusaban de alcahuetear a los curas pederastas, Wojtyla lo refugió en Roma nombrándolo arcipreste de la Basílica Santa María Mayor. Cuando los fieles de una parroquia de su diócesis acusaban a un cura de pederastía, Law simplemente lo transfería a otra parroquia y listo el pollo, adiós escándalo, se apagó el incendio. Esta palomita ha tenido ahora el altísimo honor de celebrar la cuarta de las nueve misas fúnebres del novenario con que la Iglesia ha despedido en Roma al papa difunto. Cañonero mayor, como quien dice, ha disparado el cuarto cañonazo para anunciarle al cielo que va para arriba como un volador el nuevo santo y que abran las puertas rápido. "Santo súbito!", grita la turbamulta en italiano, o sea "¡Santo ya!". ¿Y por qué refugiaba Wojtyla a semejantes palomitas blancas en el seno de su reino puro? Hombre, por la misma razón que, no bien asesinaron a su predecesor Albino Luciani y él ascendió al papado, de inmediato cubrió con su manto al arzobispo de Chicago Paul Marcinkus e impidió que metieran entre rejas a quien había sido el representante in pectore de Pablo VI en los más tenebrosos manejos del Banco Vaticano que llevaron a la quiebra fraudulenta del Banco Ambrosiano tras una estafa de 600 millones de dólares. Alcahueta de cuanto pícaro y marica le pudiera servir, Wojtyla, el papa negociante, le decía a su amigo y biógrafo Gian Franco Svidercoschi que la Iglesia debía ser "una casa de vidrio". Y sí, en una casa de vidrio transparente vivió él para que lo vieran día y noche en su impudicia protagónica, pero nunca lo fueron las finanzas del Estado Vaticano, el octavo paraíso fiscal del mundo, a la altura de Suiza, las Bahamas y Liechtenstein, y cuyo mencionado Banco Vaticano (tartufamente denominado Istituto per le Opere di Religione) maneja 55 mil millones de dinero sucio italiano. ¡Como desde el concordato con Mussolini está exento de impuestos este Estado delincuente! Y después le salen a uno con que el producto interno bruto de la Ciudad Santa es de 20 millones de dólares o algo así. ¡Por Dios, no mientan! Multipliquen por 3 y después por mil a ver si nos vamos acercando. ¡Cifras tremendas las de estos negociantes tonsurados, de estos gángsteres ensotanados que se han embolsado los millones y las joyas robadas a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial aprovechándose del concubinato de Pío XII con los nazis! Pero no nos enredemos con papas del pasado, que pícaros de ésos en total ha habido 264. Concentrémonos en el transparente, en el que acaba de morir, a la vista de todos, con pompa y circunstancia, exhibiendo la opulencia insultante de su reino ante los pobres de este mundo. A ver, reinó 26 años y medio, ¿en días cuántos dan? Veintiséis años y medio de pontificado dan 9.661 días durante los cuales el Papa Viajero visitó 130 países, promulgó 13 encíclicas, 13 exhortaciones, 41 cartas papales, convocó 8 consistorios, 15 sínodos, pronunció 2.400 discursos o sermones u homilías o como las quieran llamar, infló el santoral en 482 santos y 1.316 beatos y trazó en el aire 23 millones 543 mil 327 bendiciones que yo conté y de las cuales una me cayó en el saco como mierda de paloma. Gracias a Dios tenía a la mano unas hojas de cuaderno con las que me lo limpié. Y todo lo enumerado, todo, todo, trompeteado a los cuatro vientos por la prensa y la televisión, que son rameras y se venden pero que cuando huelen un cadáver próximo se convierten en buitres. Como ahora, a raíz de la ostentosa muerte de Wojtyla. Porque, Dios existe y Alá es grande y Mahoma su profeta, finalmente murió. Nueve viajes "apostólicos" hizo a África, durante los cuales, yendo de Gambia a Zambia y del tingo al tango, visitó 32 países. Dignas de recordar son sus visitas al epicentro del sida -Congo, Zaire y Sudáfrica-, donde anduvo predicando contra los preservativos, pese a que (según dicen aunque no he tenido tiempo de verificar), el Vaticano posee acciones en fábricas de condones. Lo cual habla bien de él y de su rectitud moral, pues a él no le importa perder mientras pueda ganar. ¡Como era el Papa de la Vida! Y yo pregunto ahora: de los miles o millones de niños africanos que nacieron infectados por el sida a raíz de su prédica contra el condón, ¿a cuántos recogió en sus palacios vaticanos? A tantos cuantos recogió de los que nacieron en Colombia después de su visita de 1986 a nuestro país a donde vino a predicar lo mismo, y que de no haber sido por su corazón bondadoso que los albergó allá hoy serían carne de cañón de las Farc, el ELN, los paramilitares, el ejército y el hampa de la calle. Le atribuyen como gran mérito el haber sido junto con Reagan el gran artífice de la caída del comunismo. No hay tal. El comunismo se cayó porque Rusia fue a dar a manos del inepto de Gorbachov. Donde en vez de éste Rusia hubiera tenido, por ejemplo, a Kim Il Sung, el tirano de Corea del Norte, hoy otro gallo nos cantara. Al sindicato de Solidaridad lo habrían aplastado entonces los rusos como una cucaracha polaca, con papa polaco o sin él. Su oposición a los preservativos, a los anticonceptivos y al aborto en un mundo superpoblado y por el que se extiende incontenible la pandemia del sida para mí es un crimen contra la humanidad. Y el no haber defendido los derechos de los animales lo considero un crimen contra la vida y contra el planeta. Éstos fueron sus crímenes mayores. En cuanto a sus bellaquerías, no tienen cuento. He aquí algunas: nombrar a Angelo Sodano, amigo de Pinochet y alcahueta de sus crímenes durante los 11 años que fue Nuncio Apostólico en Chile, para el puesto más alto de la burocracia vaticana después del suyo, como Secretario de Estado. Otra: recibir en audiencia privada en el Vaticano al criminal nazi Kurt Waldheim cuando era presidente de Austria, al terrorista Yasser Arafat (cuatro veces) y a Fidel Castro, a quien le retribuyó la visita viajando un año después a Cuba y legitimando con su presencia allá la continuidad en el poder del tirano. Otra: santificar al tartufo español José María Escrivá de Balaguer, fundador de la secta franquista del Opus Dei y más perverso y tenebroso él solo que toda la Compañía de Jesús junta y sumada a la caterva salesiana (con la bendición de Wojtyla el Opus Dei acabó desbancando a la poderosa secta de Ignacio de Loyola que desde los tiempos del cisma protestante había detentado el poder económico e intelectual del catolicismo). Otra: el show infame del 12 de marzo del año 2000 cuando para hacerse ver convocó a la giornata del perdono y divulgó el documento "Memoria y reconciliación, la Iglesia y las culpas del pasado" haciéndole al cuento de que iba a pedir perdón por los crímenes de la Iglesia, pero no, por lo que pidió perdón este embaucador nato fue por los crímenes de los católicos, lo cual es una cosa muy distinta. Crímenes de los católicos son, por ejemplo, los 27 mil asesinatos que cometen cada año los católicos colombianos. Y crímenes de la Iglesia son, por ejemplo, las campañas militares asesinas contra los árabes de Jerusalén en la Edad Media conocidas como las Cruzadas; o la destrucción de las civilizaciones precolombinas en la evangelización de los indios americanos por la fuerza; o la quema por la Santa Inquisición de incontables inocentes con las acusaciones de brujería o de herejía. Quemar a un ser vivo (humano o no) no tiene perdón del cielo. Si Dios calla ante este acto monstruoso, una de dos: o no existe, o es el Ser Más Malvado. ¿A dónde no fue? ¿Dónde no habló? ¿Con qué tirano o granuja con poder no se entrevistó? Un poco más y recibe al genocida de Saddam Hussein, a cuyo derrocamiento se opuso porque, oportunista como ninguno, políticamente era lo que le convenía: ir contra los Estados Unidos montándose en la cresta de la ola antinorteamericana. El Papa Viajero viajó siempre en jet privado, y en su agonía impúdica y protagónica ocupó todo un piso del Hospital Gemelli como si fuera un príncipe petrolero saudí. ¡Y cuándo tuvo una palabra de amor por los animales! Una siquiera. ¿Defendió acaso a las focas de los canadienses que las matan a palazos, o las ballenas que los japoneses y los noruegos matan a arponazos, o las vacas que acuchillan los matarifes en los mataderos de los países católicos para alimentar con proteínas, dieta fina, a la grey carnívora? ¡Ah puto viejo, ah puta farsa! Otro más de los grandes mentirosos y criminales de este mundo que se nos va sin castigo. El Papa Pérfido es como lo conocerá la Historia cuando se calme el revuelo de esta turbamulta paridora y de esta alucinación colectiva. Mi consuelo es que su miserable vida y su grotesco fin y su afrentoso entierro los borrará el próximo mundial de fútbol. ¡Que si qué! Dios existe, y si no mírenlo haciendo lindezas en Asia mandando tsunamis. Ahora, en estos momentos, mientras escribo, Karol Wojtyla, el Papa Pérfido, goza impune de la eterna paz de la nada.

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miércoles, 25 de julio de 2007

Propaganda FeCal contra la masonería

Nuevo libro: propaganda Fecal contra la Masonería

México:Ataques derechistas contra los masones Edgar González RuizDada la permanencia en el poder de una derecha que recurre al fraude electoral, a violencia y a la manipulación mediática, es natural que surjan brotes antimasónicos, dictados por la convicción o por el oportunismo.Hace unos meses, en mayo de 2007, Carlos Salinas de Gortai, el expresidente que abrió al clero las puertas del poder, atribuía calumniosamente a la masonería el asesinato del cardenal Posadas, perpetrado en 1993, y del que es sospechoso el propio Salinas.Casi al mismo tiempo, comienza a difundirse el libro Los Masones en México.Historia del poder oculto (Grijalbo, 2007), de José Luis Trueba, autor de algunas obras de divulgación sobre diferentes temas.Si bien no surge ostensiblemente en las esferas políticas, sino como parte de los proyectos comerciales de un grupo editorial que suele difundir obras de actualidad política, el libro en cuestión es afín al interés derechista de atacar a la masonería, que en México, al igual que en otros países, ha sido una de las principales instituciones defensoras del estado laico y de los derechos civiles.En el caso de Masones en México, no se trata de los ataques directos y delirantes que proliferaron en otras épocas, vinculando por ejemplo a la masonería con el satanismo, o que hablaban del complot mundial judeomasónico, en el que creía Salvador Abascal, padre del exsecretario de Gobernación, o como los que lanzaba Anacleto González Flores, organizador de la lucha cristera a quien el pontífice ha llevado a los altares, quien en sus obras se refería a la “trilogía maligna” que incluía a la revolución, la masonería y el protestantismo. quiebra inmensa...”..El libro de Trueba expresa una nueva antimasonería, que como la derecha de nuestros tiempos, es hipócrita y oportunista. Sustentado en una revisión bibliográfica bastante superficial, y con una mirada muy parcial de la historia y actualidad política, su principal tesis es que la masonería, por sus orígenes y naturaleza es una organización “predemocrática”, que desaparecerá con los “procesos de democratización y acceso a la información”, pues “las sociedades abiertas no son un campo fértil para el florecimiento de las agrupaciones secretas…” (p. 18).En la campaña de promoción del libro, el mencionado autor ha retomado esa idea, manejándola como una consigna contra la masonería. Por ejemplo, el 19 de julio declaró a EFE que "la muerte dolorosa y lenta" de la masonería en el siglo XX fue resultado del desarrollo de los partidos, que hacían política de cara a la sociedad y no en grupos cerrados, y advirtió que “todo tipo de sociedades secretas, de derecha y de izquierda, luego han tendido a desaparecer con la democracia…”.Sin embargo, la llegada del PAN al poder en el 2000 significó el arribo al mismo de un peligroso grupo secreto, ultraderechista, católico, contrario al estado laico y a la masonería, y que se llama la Organización Nacional del Yunque. Curiosamente, las actividades del Yunque, de las que Trueba no se da por enterado, pues su interés es exclusivamente desacreditar a la masonería, fueron denunciadas desde 2003 en los libros del valiente periodista Alvaro Delgado, publicados nada menos que por Random House Mondadori, el grupo editorial que edita también la obra de Trueba, quien prefiere ignorar que el presidente del PAN y de la ODCA, Manuel Espino, pertenece a esa sociedad antimasónica, al igual que muchos funcionarios derechistas de alto nivel.Por lo demás, el ataque de Trueba contra la masonería está a tono con la propaganda oficialista que pregona la supuesta vigencia de la democracia en México, pero lo cierto es que no hay tal, como se evidenció en el fraude electoral y la imposición del año pasado, así como en la creciente militarización del país que lleva a cabo la derecha en el poder. En su “investigación” Trueba no se percató de la presencia de muchos masones en el Plantón de Reforma en apoyo a la democracia y en los actos de resistencia civil, ni en la defensa que la masonería, al igual que grupos evangélicos y ONGs están haciendo de una demanda popular que es la preservación del estado laico, cuya implantación en México, desde el siglo XIX, fue un enorme avance histórico impulsado precisamente por la masonería.Como el propio Trueba señala, su libro es “una obra de divulgación” y no “un trabajo para especialistas”, por lo que la revisión bibliográfica que lo sustenta es bastante superficial, lo mismo que su conocimiento de la institución a la que se refiere, que si bien tiene prácticas secretas, no es en sí misma una sociedad cuya existencia se oculte, como es el Yunque.Con la bandera de una falsa objetividad, con la que pretende rechazar por igual lo que él llama la “visión demoníaca” y la “angélica” sobre la masonería, es decir, las exageraciones en contra o a favor de la masonería, Trueba trata de desdeñar el papel de la masonería en la historia, considerando “insostenible” que “los miembros de las logias son los protagonistas de los más luminosos acontecimientos de la historia patria”.Sin embargo, el papel de la masonería en la historia de México, habrá que valorarlo de acuerdo con las convicciones que se sustenten. Para los partidarios del libre albedrío y del estado laico, la obra de Juárez es el momento más luminoso de nuestra historia, mismo que detestan o desdeñan los conservadores y sus aliados. Baste señalar, para ubicar el papel de la masonería en la historia del país, que bajo ciertos criterios sus dos mandatarios más destacados han sido Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, mientras que los más deplorables, precisamente los dos últimos: Vicente Fox y Felipe Calderón, Fecal, quien carece incluso de legitimidad, son católicos militantes, enemigos declarados de la masonería, aliados a sociedades secretas de la ultraderecha.Superficialidad es una constante en el libro de Trueba, dividido en cuatro capítulos, donde pretende revisar la historia de la Masonería en la mundo y en nuestro país.Menciono sólo algunos pasajes donde es evidente esa tendenciosa superficialidad muy acorde con el oficialismo actual. Al examinar la edición de 1970 del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (quizás porque fue la única que tuvo a la mano), le surge la sospecha de que esos académicos no querían “entrar en detalles incómodos” sobre la masonería, para no “enfrentarse o enemistarse” con Franco, quien “estaba convencido de que los masones y los comunistas fraguaban conjuras contra su gobierno”, y para no hacerse sospechoso de criticar en particular al dictador católico, Trueba remata con una arbitraria generalización: “Las creencias de los dictadores siempre parecen indubitables” (p. 25).En realidad, más allá de los mitos sobre las prácticas masónicas, el dictador católico Francisco Franco persiguió a la masonería porque esta defendía el estado laico y las libertades individuales, y se oponía a la hegemonía de la jerarquía católica, lo cual está muy claro en la Ley contra la Masonería, del 2 de marzo de 1940, donde Franco condenó a muerte a los masones y a otros disidentes.Según su artículo primero, constituye un delito "pertenecer a la masonería, el comunismo y demás asociaciones clandestinas...El Gobierno podrá añadir a dichas organizaciones las ramas o núcleos auxiliares que juzgue necesarios..."(Fernando Díaz Plaja. La España franquista en sus documentos, Plaza Janés, Barcelona, 1976, pp. 29 a 30)."Artículo segundo. Disueltas las indicadas organizaciones, que quedan prohibidas y fuera de la ley, sus bienes se declaran confiscados...""Artículo tercero. Toda propaganda que exalte los principios o los pretendidos beneficios de la masonería, o del comunismo o siembre ideas disolventes contra la Religión, la Patria y sus instituciones fundamentales y contra la armonía social, será castigada con la supresión de los periódicos o entidades que la patrocinasen e incautación de sus bienes, y con penas de reclusión mayor para el principal o principales culpables, y de reclusión menor para los cooperadores""Artículo cuarto. Son masones todos los que han ingresado en la masonería y no han sido expulsados, o no se han dado de baja de la misma, o no han roto explícitamente toda relación con ella, y no dejan de serlo aquellos a quienes la secta ha concedido su autorización, anuencia o conformidad, bajo cualquier forma o expediente, para aparentar alejamiento de la misma...""Artículo quinto. A partir de la publicación de esta ley, los delitos de masonería y comunismo, definidos en el artículo cuarto, serán castigados con la pena de reclusión menor; si concurriera alguna de las circunstancias agravantes expresadas en el artículo sexto, la pena será de reclusión mayor""Artículo sexto. Son circunstancias agravantes, dentro de la calificación masónica, el haber obtenido alguno de los grados 18 al 33, ambos inclusive, o el haber tomado parte en las asambleas de la asociación masónica internacional y similares o en la asambleas nacionales del Gran Oriente español, de la gran logia española o de cualquier organización masónica residente en España, o el haber desempeñado otro cargo o comisión que acredite una especial confianza de la secta hacia la persona que la recibió...".En la represión sangrienta contra la masonería, Franco actuó en conformidad con los dictados de la jerarquía católica, y desde 1939, su dictadura contó con la sumisión de la Real Academia de la Lengua, como se proclamó en la edición del Diccionario distribuida ese año. No era prudencia sino complicidad de esos académicos con el franquismo su reserva acerca de la Masonería.El otro ejemplo que selecciono es la afirmación de Trueba sobre la inexistencia de los “supuestos vínculos de la masonería con el protestantismo, cuyo único sustento verificable es el origen inglés de las logias” (p. 59)Nuevamente, la superficialidad de que se hace gala en el texto es asombrosa. En primer lugar, el protestantismo tiene muchas manifestaciones, hay miles de iglesias protestantes y evangélicas, con sus propias prácticas y doctrinas particulares, pero algunas de ellas sí se identifican fuertemente con principios compartidos con la masonería, como el libre albedrío y la defensa del Estado Laico. Esa afinidad se manifiesta especialmente cuando el laicismo corre riesgo por las embestidas de la derecha clerical.En México, entre los personajes que colaboraron a la coalición de evangélicos y masones destaca el maestro masón Luis Rodríguez Núñez, que escribió obras como Las Leyes de México y la Iglesia Católica Romana (Cuernavaca, 1968), y Dos Polos Opuestos (1971), donde en forma directa, clara y sencilla, enuncia una verdad que no debemos olvidar hoy: “La Iglesia católica romana y la Francmasonería serán siempre dos polos opuestos: el negativo y el positivo, pues de hecho representan las tinieblas y la luz, el retroceso y el progreso, respectivamente”.Los fieles de algunas iglesias evangélicas siguen leyendo y consultando los libros de Luis Rodríguez, mientras que la jerarquía católica y la derecha, hoy en el poder, sigue tratando de destruir el estado laico y de hacer imposible la democracia, negando la alternancia en el poder.Como “obra de divulgación” que es, Masones en México, de Trueba, en sus 291 páginas retoma algunos pasajes de obras conocidas y reitera sus planteamientos que brindan a la derecha en el poder una consigna y un enfoque tendencioso para atacar a los masones.El ataque hipócrita contra la masonería en ese libro está presente desde la dedicatoria misma (“A Patty y Damián, los miembros de la única sociedad secreta a la que me interesa pertenecer”), hasta sus últimas páginas, con afirmaciones tramposas que desdeñan el papel histórico de la masonería. Leemos, por ejemplo, que en México “muchos próceres nada tuvieron que ver con esta sociedad secreta” (17). Esto es simplemente un truco del discurso que suele usarse para desacreditar a un determinado grupo, como si dijéramos: muchos grandes hombres no fueron judíos, o no fueron franceses o mexicanos, etc, que es simplemente un recurso odioso para restarles mérito a los grandes hombres surgidos de ese grupo, o esta otra: “los vínculos entre los masones y los grandes movimientos sociales del siglo XVIII no son tan profundos” (p. 70), ejemplo del sofisma de desdeñar un hecho usando términos relativos (“no son tan profundos”: ¿al gusto de quién?).Si bien a lo largo del volumen, Trueba hace referencia ocasionalmente a los excesos de la lucha del clero contra la masonería, en el epílogo, titulado Fulgor y Muerte, el autor da rienda suelta a su encono contra la masonería.Afirma que en la época posrevolucionaria la masonería se convirtió en una “pieza de museo” desdeñada por el gobierno, lo cual es confundir el poder con la razón. Si los gobernantes de México fueron claudicando en su defensa de los ideales y de las leyes surgidas de la Reforma y de la Revolución, esto no quiere decir que esos ideales, que sigue enarbolando hoy la masonería, no sean válidos, independientemente de incongruencias y claudicaciones.En las páginas finales, Trueba desenmascara un poco más su afinidad con la derecha que gobierna hoy a México, al comparar falazmente a las políticas sociales de la revolución e incluso a la educación sexual que promovió Cárdenas, con las políticas seguidas por el fascismo y el nazismo. No es un argumento ingenioso ni nuevo, sino un viejo tópico de la derecha católica, que en el sexenio de Cárdenas se oponía a esa enseñanza, lo mismo que a la coeducación de niños y niñas, y asesinaba a los maestros que la impartían porque consideraban que estaban “prostituyendo” a los educandos al enseñarles los hechos básicos de la reproducción, en lugar de decirles que a los niños los mandaban “en cajitas” desde París.No fueron los masones sino los derechistas católicos, militantes del Sinarquismo y luego del PAN, quienes simpatizaron con Franco, con Mussolini y con algunos aspectos del nazismo, pero ya en épocas posteriores, pregonaron que la educación sexual era “totalitaria” y de inspiración “pronazi” porque apelaba a la idea de la eugenesia.De la misma manera, en su libro, Trueba ataca la educación y la liberación sexual en los siguientes términos:“….cuando los miembros de las sociedades secretas comenzaron a defender la eugenesia, la “liberación” (las tendenciosas comillas están en el original) de las mujeres y a promover la educación sexual en las escuelas –lo que para los ojos menos entrenados podría parecer una posición progresista-, no hacían otra cosa que seguir los pasos de Hitler y los nazis….” (p. 273)Por cierto, la posición reaccionaria que expresa Trueba es la misma que siguen sustentando grupos antiabortistas que consideran el aborto o la planificación familiar como medidas inspiradas en el racismo de los nazis, y no como derechos que surgen del libre albedrío.El ataque a la educación sexual a la vez que a la masonería, como lo hace hoy Trueba, pero con otros términos, era la posición sustentada en los años 30 por militantes católicos, que por ejemplo en un volante que se conserva en el Archivo Palomar y Vizacarra del Centro de Estudios sobre la Universidad, y que circulaba en Guanajuato en abril de 1934 presentaba la educación sexual como producto de "los fines corruptores de la masonería" a la que acusaba de designar "profesores que se encarguen de pervertir a la juventud" y convocaba a un boicot antimasónico: "!No se les compre (sic) ni se hagan tratos con ellos!" y se señalaba por su nombre a supuestos miembros de la masonería en la entidad. En suma, la pugna entre los masones y los sectores afines a la jerarquía católica no se ha generado por exageraciones “demoníacas” o “angélicas”, ni como parte de una etapa “predemocrática”, sino que está en continuidad con las luchas entre liberales y conservadores, cada uno de esos bandos con sus partidos y organizaciones públicas y secretas. Es una lucha que resurge hoy en día con las campañas del clero contra el artículo tercero y para garantizar su intervención abierta en los asuntos políticos.
Publicado por Edgar González Ruiz

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jueves, 19 de julio de 2007

El mensajero

El Mensajero

Pterocles Arenarius

El Diablo es Dios
interpretado
por los perversos.
¿?

Ignoro la exactitud de la circunstancia que les permitió ponerse en contacto conmigo. Pero nada asombra en tiempos de internet y comunicación satelital. Luego he pensado que si los hechos hubieran ocurrido en la olvidada época de la primera caída de Bagdad, tampoco me habría sorprendido.
Por pretender información fidedigna visité múltiples páginas de la red desde los momentos en que se amenazaba a aquel país, a aquella ciudad, luego lo hice también durante los combates ¿o debo decir asesinatos? Alguna manera --sospecho que aquellas incursiones en tantos sitios de la red me hicieron notorio-- encontraron para comunicarse conmigo. ¿Cómo me eligieron? Tengo una versión inverosímil, la que ellos me dieron y que aquí será conocida. El 16 de abril encendí mi computadora, revisé mi correo electrónico y ahí estaba el mensaje de Mujamed Abdulá Al-Saffir. Abrí la carta.
"Honorable señor Pterocles Arenarius
Que la paz y la salud sean con vos
Alá es Grande. Alabado sea.
"El Al-Muh-Essim Al-Arif (hoy traduciríamos –con la mayor simpleza– El Libro de las Alabanzas) ha sido rescatado. Tenemos que confiar en alguien para que lo custodie mientras las condiciones en nuestro país se modifican. La tradición nos enseña que los bárbaros son incapaces de sospechar la veneración por un libro irrecuperable, también estamos ciertos de que el libro peligra, por más que, si fuera destruido, en muy poco habría de alterar los designios de Alá, que grande es su gloria. Pero la destrucción de El Libro costaría sufrimientos enormes a quien consumare tal atentado y, también, a toda la humanidad, un libro cuya antigüedad física es de más de ochocientos años y que fuera inspirado por la divinidad --usted dirá de haber sido creado-- hace un milenio más la mitad de otro, y que guarda secretos que hoy son indescifrables. No podemos ponerlo en peligro.
"Al-Muh-Essim Al-Arif pertenece a la humanidad, a la parte que ha encontrado como hacer de su existencia metal precioso, pero más pertenece a los hombres que vivirán en nuestras tierras en los siglos venideros y que buscarán. Y el que busca debe encontrar. Tal es en este caso, nuestra misión. Por un lapso que quizá sea largo es importante que el libro no se encuentre en mi país. No pertenezco a un organismo de gobierno, menos a alguna empresa lucrativa. Los Hermanos del Viejo de la Montaña, a donde la Gloria de Alá me ha designado, es una asociación dedicada a realizar La Obra del Altísimo. Hemos decidido que a usted corresponderá custodiar El Libro. Tenemos razones para esta decisión. Esperamos su respuesta. Y su venia".
Pensé en una broma. Pregunté sin delicadeza cuánto me costaría lo que fuese que deseaban de mí. Me intrigaban varias cosas. Los nombres parecían auténticos, el lenguaje verosímil, aunque demasiado correcto si es que eran árabes, lo cual, de hecho, nada me indicaba, la circunstancia era desconcertante. El mensaje estaba fechado en Francia, en un lugar que se llama El Langedoc. Un libro tan antiguo me despertaba una inmensa curiosidad. Un libro. Era sólo un libro. Acepté.
No hubo más de tres mutuos mensajes. Eran días de espanto. Leer noticias era ingresar en la depresión. Procuré dedicarme a menesteres que me aliviaran. La soledad, la música, el estudio de las ecuaciones diferenciales con variable compleja, la meditación. Y dejé de visitar la red y leí periódicos muy poco. Ya no era posible hacer más de lo que se había hecho contra la guerra. Habíamos gritado, habíamos manifestado nuestra aversión, repudiamos, escribimos. Nada sirvió. Había estallado la guerra y los jinetes del apocalipsis galopaban arrasando con muerte y destrucción aquel país. Olvidé mi aquiesencia. Por eso tuve gran extrañeza y desconcierto cuando, en los días de la destrucción de Bagdad, dos hombres barbados, incontestablemente árabes me interceptaron un buen día que terminaba de tomar un café y luego de una sesión más que gratificante de unas dos horas de lectura. Uno era enorme, casi obeso, la nariz de águila, los ojos descomunales y oscuros decorados por pestañas impresionantes que, si no fuera por las negras barbas rizadas lo harían confundir con una enorme y desconcertante mujer; lo anterior además del color de la tez indicaban a cualquiera que no podían ser más que árabes. Éste jamás habló. A pesar de su vestimenta occidental daban la impresión de que se habían quitado sus vestimentas del semioriente cinco minutos antes y de traer los turbantes, los tocados y los camisones (ignoro los nombres de tales prendas) en una maleta, prendas con que vemos a gente árabe en las fotografías periodísticas. El otro era de estatura mediana, entre su ordenada barba muy tupida resaltaban también los hermosos ojos de árabe, cuya profundidad era casi como la de quien está bajo el poder de un poderoso alucinógeno. Él era Mujamed Abdulá Al-Saffir.
Mi comunicación con Abdulá se dio, por ironía, en un inglés más que imperfecto de ambas partes, por el cual, sin embargo, me di cuenta (hablando con construcciones del español pero usando palabras del inglés, mientras él, seguramente, las hacía del árabe con palabras del mismo idioma) que las formas del pensamiento están muy cercanas. Era una salvaje ironía, que la víctima y el pretendido custodio hablásemos en el idioma del agresor. "Esto es un signo del inmenso poder de Alá", me dijo el árabe cuando le hice notar la circunstancia. Es indiscutible, pensé, puesto que los designios de la divinidad son inescrutables.
Los invité a conocer lugares de Guanajuato. Traté de mostrarme cortés y conocedor, pero también modesto y, errónea, temerariamente –sin la menor idea del sentido del humor árabe–, intenté ser gracioso. Por sus actitudes concluí que fracasé escandalosamente. No entendieron las bromas o carecían de sentido del humor o eso no existe entre los árabes. Les mostré algunos de los orgullos de esta ciudad, les anoté –como sin darme cuenta de lo que decía– que Guanajuato es Patrimonio de la Humanidad con certificado de la Unesco, quizá no debí hacerlo, miraban con idéntico interés cuanto les mostraba. Mientras más tiempo iba pasando me sentía más embrollado, menos dueño de mí mismo. Ellos estuvieron imperturbables, ensimismados en una serenidad que de pronto sentí muy profunda, quizá melancólica o quizá sublime. Entramos, al fin, en un café, de una de las hermosas plazas, para hablar de cosas que nos incumbieran. El libro. Abdulá fue directo.
–Traemos El Libro que permanecerá en su poder. El lugar y el custodio, esta ciudad y usted, han sido encontrados con tal acuciosidad que no requerirá, míster Arenarius, cuidados ni vigilancia, ni siquiera precauciones especiales. En occidente hay tres personas que saben donde está el libro y estamos juntos.
–¿Cuándo vendrán por el libro?
–No es posible hacérselo saber ahora. No se preocupe, no alterará su rutina en absoluto. A menos que usted quisiera traicionarnos de alguna manera.
–¿Tratando de vender el libro?
–Por ejemplo. Pero tenemos la confianza que no lo hará.
–¿Por qué?
–Conocemos un poco de lo que podemos llamar su personalidad, su instrucción académica, sus preferencias en varios ámbitos. Confiamos en que no nos traicionará.
Pensé: ¿Me habrán espiado? –¿Cómo han obtenido esa información?
–Tenemos maneras que no son convencionales, digamos.
–Hablemos del libro. ¿Qué clase de escrito es el que contiene?
–Es un libro sagrado. No pertenece al Islam. Es una tradición que llamamos iluminación original. El contacto con la divinidad de hombres muy antiguos.
–¿Es tan importante el libro como para arriesgar así la vida?
–Ante un objeto como ese libro cualquier vida es poco.
–¿Por qué ustedes, mahometanos, luchan así por conservar un libro que ni siquiera pertenece a su religión? –El musulmán no se inmutó, mostró una sutil mueca y me dijo:
–Todos somos uno y lo mismo, descubrió uno de los precursores de lo que sería después occidente.
–Heráclito, eso es de Heráclito.
–La divinidad es una. Las lenguas muchas. Nosotros la llamamos Alá y todos los caminos conducen hasta Alá, que grande es su gloria.
–¿Por qué habría de ser ese libro importante para mí, excepto por su antigüedad? –Guardaron silencio. Sentí que habíamos llegado a un punto clave de la entrevista. Abdulá habló con su inglés raro, su actitud impertérrita, un acento árabe atenuado y la neutra monotonía de su voz.
–Señor Arenarius, nos hemos fijado en usted porque, aunque es un occidental racionalista, su sensibilidad, que ha cultivado a través de la apreciación y el disfrute de las artes y su cultura nos hacen pensar que nos entenderá. Por otra parte, a pesar de lo anterior usted no es, digamos, alguien prominente. Eso nos da más seguridad. Tenemos confianza en que nos entenderá, como ya le he dicho. O al menos tendrá alguna forma de idea de que así ocurre. Antes que nada quisiera hablarle de la destrucción de objetos de poder, usted les llamará obras de arte antiguas. Aceptará que en algún momento de la antigüedad arte, religión y ciencia eran uno y el mismo cuerpo. –Acepté con afirmación convincente–. Ahora quiero recordarle algunos momentos históricos.
Y me habló de momentos terribles para las obras de arte, las mutilaciones de los maravillosos dioses y efebos griegos y sus venus prodigiosas de belleza, recordamos a aquel perdulario que incendió el templo de Diana en Éfeso, conversamos de las múltiples desgracias que ocurrieron a los saqueadores de tumbas egipcias; del hecho de que en la tradición de ese pueblo existen historias horrorosas del implacable destino que sufrieron siempre aquellos codiciosos, incluyendo al equipo moderno de británicos de los años 20 encabezado por Carter y Lord Carnavon. Recordamos la Biblioteca de Alejandría cuya destrucción fue equivalente a trepanar cuanto de conocimiento se había acumulado hasta entonces, mencionamos la destrucción de tesoros en Mesoamérica, pero también de su sobrevivencia y del destino sombrío de sus destructores. Recordé la anécdota, ciertamente curiosa, de que George Gordon, enrolado en el ejército insurgente griego contra el opresor otomano, lanzó un anatema contra aquel oscuro comerciante británico que robó la escultura en altorrelieve del frontispicio del Partenón cuando el poeta se enteró del atraco. Los conocedores están de acuerdo en que la suerte de aquel hombre fue funesta, aunque nadie la asocia con la maldicion byroniana; "para nosotros es muy clara la relación de causa a efecto entre esos objetos de poder, más la imprecación del poeta; por más que los tesoros se los requisara el gobierno inglés" dijo Abdulá. Recordamos el maravilloso tesoro de Heinrich Schlieman y Sophia Engastromenos y su rescate de las riquezas troyanas ante la vulgar estulticia de los turcos y aun de muchos escépticos occidentales. Me dijo: "Ese es un ejemplo típico del buen uso de los libros como objetos de poder. Usted sabe que Schlieman hizo sus descubrimientos estudiando a Homero y a Pausanías, a Sófocles y a Esquilo". Abdulá me asombró por conocer la maravillosa historia de la conservación de la Coatlicue que, creyéndola una imagen de satanás, no se atrevieron a destruir los españoles, aunque dejaron testimonios en dos ocasiones en que sendos clérigos sufrieron la fascinación y gozaron el terror de la espantosa belleza que reside en la escultura. De sucesos recientes recordamos la bestial destrucción de los Budas monumentales en Afganistán.
–Esa es una buena muestra de lo que desata en el mundo real la destrucción de un objeto de poder.
–Son historias espléndidas o bien monstruosas que me hacen pensar en maravillosas o terribles coincidencias. Algo trascendental hay en la relación de los hombres con las obras de arte, fatal o sublime.
–En efecto, míster Arenarius; su frase nos confirma que no cometimos un error al escogerlo para que custodie el libro.
–¿Pueden decirme qué los hizo pensar que yo podría cuidar ese tesoro?
–Su nombre.
–¿Mi... nombre?
–Bueno, muchas otras circunstancias que no entendería, o más bien no nos creería. Pero su nombre, Pterocles Arenarius, que, en latín, acumula el fuego del vuelo, con el aire donde se realiza, más el agua que es hábitat del ave aludida y la tierra que explícitamente se menciona. Los cuatro elementos. –Las virtudes ajenas deseadas, nos hacen amar a los personajes que las acumulan. Cuando un virtuoso emplea el don que en él admiramos para hacernos una lisonja recibe, expeditamente, en su mano, la llave de nuestro corazón. Admiré su erudición que, en tan pocas frases demostraba conocimientos profundos de latín, zoología, ornitología, mitología y quizás alquimia o alguna disciplina que desconozco, además de la propia lengua. Nadie, en años, había tenido idea semejante ni mucho menos, acerca de mi apelativo ciertamente extraño. De pronto estaba seducido por aquellos hombres exóticos, lejanos, extranjeros–. Míster Arenarius, lo diré en términos occidentales, ¿usted tiene idea de lo que significa para el espíritu de la humanidad la destrucción de un poema cualquiera? ¿De un gran poema? En cualquier caso es un retorno a la bestialización. Puesto que un poema es, siempre, un paso más en el camino de la iluminación de un hombre, de un desconocido al que el poema llegará precisamente en el momento en que lo necesite. ¿Qué significa destruir una liturgia? ¿Una oración, una invocación a la divinidad que fue inspirada a un hombre hace cinco mil años? Los poemas son oraciones. Usted lo sabe. Nuestras oraciones, las de cualquier gente, en el mundo, en la historia, son poemas. Le diré algo en sus ámbitos para que nos entendamos, todas las filosofías occidentales han planteado tres preguntas. ¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? Dicen que la primera es la más importante. Pero ésta no puede ser contestada si no nos respondemos la segunda. Y con la destrucción de cada objeto de poder, de cada libro sagrado que en el mundo existen, esas preguntas se van volviendo cada vez más irresolubles. Nuestro lado oscuro, nuestra inconsciencia animal trata, sin saberlo, de cancelar la posibilidad de que contestemos la segunda pregunta. Y con ello tampoco la primera. Paradójicamente así logran que la tercera no tenga incertidumbre: nos aclaran que avanzamos hacia la destrucción. Regresamos a la animalidad.
–La legendaria Bagdad está siendo destruida.
–Bagdad, donde transcurren Las Mil noches y una Noche. Donde los hombres que habían empezado a pensar, dieron inicio a esta aventura, la civilización, que es un trance de condena, pero también de salvación. Señor Arenarius, Al-Muh-Essim Al-Arif salvará a humanos. Quizás a miles. Que salvarán a miles. La Obra de Alá, que grande sea su gloria, no puede ser detenida por la destrucción de éste ni de ningún libro sagrado. Sólo retardaría un poco la llegada de la luz.
–Dígame una cosa, Abdulá, ¿en qué radica el poder de eso que usted objetos de poder? Los sucesos espantosos ocurren y no se hace sentir el poder de esos objetos.
–Míster Arenarius, quizá un día usted entienda. No hay bien, no hay mal. Hay fuerzas, y hay instrumentos de esas fuerzas. Hay destrucción y hay generación. Los hombres engañados creen que el poder sirve para destruir. El real poder es el que realiza la generación. Los actos de estos pobres hombres sólo son una parte de su propio camino. De su autocondena. No sé de qué manera pudiera explicarle...
–¿Aquél que destruya el Al-Muh-Essim quedará maldecido para el resto de su vida?
–No sólo para el resto de su vida.
–Si el imperio gringo lo destruyera ¿sería también destruido?
–Eso es indudable. Pero costaría a toda humanidad, millones de vidas y dolores que no podemos imaginar. Si ellos destruyeran este libro, esa barbaridad sería un catalizador para los procesos de descomposición de ese país, pero en su acelerado derrumbe dañaría a gran parte de la humanidad. El imperio está destinado a su autodestrucción gradual, por descomposición, como todos los imperios.
–Pero con tal de librarnos más pronto del imperio más poderoso que haya conocido la humanidad, el imperio gringo.
–Es una falsa opción. El mal impera en un mundo tan burdo, en un universo tan grueso. Ellos creen que teniendo todo el petróleo de este planeta estarán más seguros, someterán al resto. Por nuestra parte, que se lleven todo el petróleo. Les servirá para avanzar más rápido en el camino de su decadencia. Todos perdemos si se llevan el petróleo, pero las pérdidas serían mucho mayores si destruyeran los libros sagrados. En una humanidad que ha olvidado sus mitos y sus dioses, sus referencias de lo sublime. Si no fueran ésos que usted llama gringos, sería cualquier otro pueblo bárbaro y ensoberbecido. Siempre habrá un pueblo, templado en el sufrimiento y el odio, que llegará a la cumbre material, engañados por el mundo de las apariencias. Sus ciudadanos, las masas, caen en el pozo sin fondo de la insaciabilidad animal de algunos y a la inapetencia que resulta del exceso de excesos de otros. Terminan siendo sociedades enfermas. Un síntoma es que olvidan la poesía, se alejan de la divinidad. Por otra parte, paradójicamente, por supuesto, y por las mismas razones, también en esas opulentas sociedades surgen los hombres espiritualmente más avanzados, los que intentan dar la salvación a otros, labor inútil, cada uno tiene su camino, sin embargo, hay momentos en que logran lo imposible, algo que es, para nosotros, no occidentales, impensable. Creemos que la salvación, la iluminación
es un proceso absolutamente individual. Pero ustedes, los occidentales, son gente muy extraña. Defienden con tal necedad sus ideas que su candor consigue rozar con la sabiduría y así llegan a comunicar lo incomunicable. Lo logran. La civilización tecnológica es la mejor muestra de eso. Por esa demoniaca creación vivimos, los que estamos en este mundo, a la orilla del abismo. Pero aun así confiamos en que a largo plazo nos salvaremos no a pesar ni en contra de esta civilización tecnológica, sino gracias a ella. Además no tenemos otro camino.
–Están defendiendo a sus enemigos.
–Sí, si así los consideramos, porque, en tal caso no podemos ser iguales que ellos. Hoy todos vivimos en Bagdad, Irak es aquí.
–¿Irak es aquí, Guanajuato?
–Bagdad es todo el mundo. A ellos, a los destructores Al-Muh-Essim Al Arif los protege a ellos de sí mismos. Hoy Bagdad paga con sangre, una vez más. La mil y un veces destruida Bagdad. Pero además no sólo son nuestros enemigos, entre ellos también están algunos de los mejores amigos de la humanidad. Hombres que son voces de Dios y que, según nosotros, Alá, el de inimaginable poder, piensa a través de ellos. De igual manera que en el corazón de cada hombre radican juntos la maldad y el bien. Y así como en ese país son muchos los perversos sexuales, los locos peligrosos y los criminales en serie, también abundan los santos, los cristos y los iluminados. Señor Arenarius, un grupo de sabios nos hemos dado a la tarea de descifrar a Al-Muh-Essim Al-Arif. Conocemos una pequeña parte de lo que dice el libro. Permítame, por último, leerle un mínimo fragmento.
Leyó:
–Por los poderes de Al-Muh-Essim Al-Arif juro que admitiré que me fueren los ojos arrancados y cercenada la virilidad si divulgare, hiciere entrega en manos profanas o sugiriere pista alguna de su existencia. Admito que experimentaré mil regresos hasta que en mil vidas recolecte los secretos que Al-Mhu-Essim Al-Arif contiene.
–Se oye tremendo. Pero me parece que el castigo no son los tormentos físicos.
–No tiene que pronunciar éste, ni ningún otro juramento, señor Arenarius. Son otros tiempos. Pero El Libro se protege a sí mismo. Lo protegerá a usted. Y lo notará. Este es un objeto del divino poder, un libro sagrado. Tiene vida propia. No me lo crea, no le pido que lo haga. Ahora nos vamos, míster Pterocles Arenarius. Déjeme entregarle esto. No pretende ser una recompensa. La mayor que podríamos darle, usted la ha aceptado, permanecer algún tiempo en custodia de El Libro. Pero esta pequeña obra de arte será un buen aliado para usted. –Me entregó una pequeña estatua. No más de veinte centímetros. Un objeto prehistórico. Un dios solar. Un trabajo que, si no fuera por la tremenda fuerza que emite de su expresión, diría que es casi grotesco. El dios solar me atrajo con tan gran poder que me quedé largo tiempo observándolo y ni siquiera procuré una digna despedida mexicana a los hieráticos árabes. Además no la necesitaban. Me quedé sentado con el portafolios de cuero sin mayor peculiaridad al cual endosaron el Al-Muh-Essim Al-Arif para que estando a la vista fuera desapercibido, observándolo, pero más a la inquietante estatuilla.
Aunque no pertenezco a la confesión de Abdulá Al-Saffir, no descreo en la memoria histórica ni en los estados del espíritu del hombre, de los hombres que se han entregado a la ingente tarea de pergeñar los libros sagrados. Coincido con el árabe que la poesía nos conduce y en un momento nos otorga un vislumbre de la divinidad. Sé que en todos los libros sagrados hay poesía. En las obras de arte, expresiones de la divinidad. Por eso acepté su custodia. Al entrar en mi casa me dediqué a la inspección del libro. Después recorrí bibliotecas, fui a México, consulté conocedores inquiriendo sesgadamente sin mencionar al libro. Investigué con fervor y acuciosidad. Al principio recuerdo que llegué a pasar noches en vela, casi sin darme cuenta, examinando el libro y la estatuilla. No dejaba de asombrarme el hecho de que el sueño no me vencía mirando caracteres que carecían de la menor referencia, indescifrables para mí. Nada me decían conscientemente. Pero algo emana del libro que me hace llegar a un estado entre el sueño y la vigilia, de tal manera que no duermo en las noches, pero creo que tampoco estoy absolutamente despierto de día. El libro llegó a volverse una obsesión. Impreso en un formato inverosímil, tres codos antiguos por diecinueve palmas, en un material orgánico que artífices babilonios procuraban de las hojas de palmeras centenarias crecidas de las eternas tierras entre los dos ríos, curado y procesado con la paciencia de monjes vitalicios, autóctonos del lugar donde surgiera una de las civilizaciones primigenias; ilustrado con miniaturas –que hace siglos fueran policromas– por artistas decanos; redactado bajo el influjo de éxtasis producto de existencias dedicadas al estudio, la meditación y la disciplina monástica de venerables iniciados y, al fin, reproducido por copistas analfabetas con el fin de guardar el secreto exclusivamente para los que, llegado el momento, después de un trabajo mistérico de largos años, pudieran allegarse los conocimientos propios del ocultismo más remoto. El libro se fue volviendo una necesidad, un alimento para mi espíritu. Supe del saqueo del Museo y de la Biblioteca de Bagdad. Entendí cuanta razón tenían quienes me hicieron el encargo. Casi todas las noches observo el libro y siento el poder de la inmemorial estatuilla del dios solar. Contemplo los signos ilegibles del libro y la imponente postura del diosecillo; me informo de las atrocidades que ocurren en el mundo, en las actuales guerras con una frialdad que en otro tiempo me hubiera alarmado. Me desconozco. Algo me hace sentir con sutil vaguedad que lo que ocurre –los crímenes, la violencia, el espanto– tenía que ocurrir. Ignoro si me he vuelto un ser atroz. Intuyo percepciones de mi muerte. Y casi gozo.
He descubierto que soy otro. Por las noches pienso a veces hasta la desesperación, medito y encuentro el sosiego, imagino y, para no enloquecer, lucho contra ciertas imágenes que me asaltan. De día observo un mundo cada vez más extraño, descubro, o al menos eso creo intuir, la irrealidad de la realidad. A veces me parece que me alejo del mundo, de los hombres. No me interesa el petróleo ni la lucha por el poder. Siento que no existen las injusticias que me enfurecían hace apenas dos meses. Siento que somos escritos por algo que es omnipoderoso, tan inconcebible de sublime como inimaginable de atroz y cuyos conceptos de bien y mal no pueden comprender los humanos. Percibo a la gente en su más profunda desnudez. Al principio, con frecuencia, me asqueaban. Ya he aprendido a soportarlos. Tengo visiones que suelen aterrarme. Busco refugio en la soledad, en los niños, en ciertas mujeres del pueblo, en los viejos ebrios, en los idiotas. No sufro. Pero el placer ya no depende de mi cuerpo. Me alimento escasamente, me deleita el agua. Gozo indeciblemente los amaneceres, las mañanas heladas y las noches en soledad. Espero a un árabe que, un día que he vislumbrado, vendrá por el libro.

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martes, 17 de julio de 2007

Los tres puntos


A L:. G:. D:. G:. A:. D:. U:.

Tema: Los tres puntos

S:. F:. U:.
Autor: Jesús Ortega Rodríguez

No debo buscar mi dignidad en el espacio, sino en el gobierno de mi pensamiento. No tendré más aunque posea mundos. Si fuera por el espacio, el universo me rodearía y me tragaría como un átomo; pero por el pensamiento yo abrazo al mundo.
Blaise Pascal. Pensamientos

Había un maestro de matemáticas de bachillerato que, como primer examen en la primera clase, proponía a sus alumnos la pregunta ¿Acepta usted que el número uno existe?
Los estudiantes tenían que responder lo que desearan, o mejor aún, lo que sinceramente creyeran. Claro, muchos no entendían, la abrumadora mayoría se ponían nerviosos y, suponiendo que era una extravagancia de “matemático loco”, respondían algo así como “lo que usted quiera, maestro”. Y la gran mayoría contestaba simplemente que “sí, por qué no”. Si el alumno aceptaba que el número uno existe, estaba dando certidumbre al primer axioma de Peano*, lo cual implicaba que, por haber aceptado el primero, se tenía que aceptar el segundo axioma de aquél y también el tercero y con ellos --era imposible cualquier otra opción sin contradecirse-- se tiene que aceptar toda la aritmética que de los tres axiomas se deduce y con ella el álgebra y el universo de conocimiento que viene después. Como sabemos, un axioma es un postulado que se acepta sin demostración. Esto, en matemáticas, o en ciencia en general es un acto de fe, quien no desee aceptar que el número uno existe tiene derecho a hacerlo, el profesor como vocero de la ciencia declara fuera de su competencia garantizar la existencia del número uno (o su demostración), pero además el audaz negador de la existencia del uno tiene derecho a rechazar toda la matemática. El profesor, congruente con esa idea, había dado una oportunidad a sus alumnos que --quién iba a saberlo-- podía librar al atrevido o al astuto de toda clase de matemáticas durante el primer grado de instrucción Preparatoria o al menos de las presiones por aprobar el curso. Lo cual hubiese sido seguramente para mal de quien contestara la negativa que habría tenido que contestar, ciertamente, no menos declaración de fe que la opuesta aceptación. En efecto, el profesor prometía aprobar con “diez de calificación” su curso a aquél que contestara que “no aceptaba la existencia del número uno” y vertiera los argumentos mínimos, intuitivos del porqué. Con la ventaja, además, de que no estaba expulsado del curso, es decir, si quería, podía aprender matemáticas, por supuesto.
Esto me hizo pensar qué importante es el número uno. Alguna vez leí, no recuerdo donde, que había quien consideraba que la numeración en base dos --sistema que, además, se usa para llevar a efecto el funcionamiento de las computadoras-- tenía notables elementos místico sagrados. ¿Por qué? Porque usando tan sólo el cero (que puede representar la nada) y el uno (que representa el origen) se forman todos los números (el universo infinito). La nada (el vacío), el uno (Dios) y el todo (el universo), una triada. El número tres nos rige. Recordemos las grandes religiones antiguas que lo intuyeron: Amón, Ra y Osiris, o bien Osiris e Isis que engendran a Horus, Brahma, Vishnú y Shiva, Padre, Hijo y Espíritu, en fin, el padre y la madre que mediante un milagro dan origen al hijo. El número tres nos determina, transcurrimos entre la triada temporal que forman el pasado (ya inexistente), de donde venimos, el presente (inexistente después de un instante) en el que nos encontramos y el futuro (aún inexistente) hacia donde vamos. El tiempo, fuente de desconcierto y fascinación, origen de la metafísica, de la memoria y de la más poética de sus formas, la melancolía. Y nos encontramos también en un universo de tres dimensiones espaciales en donde se da el movimiento, esa otra forma de la magia, una expresión más del tiempo. Imaginemos una porción de espacio vacío. En él hay un punto, sólo un punto (por cierto, la definición geométrica establece que el punto carece de dimensiones, no tiene tamaño y sólo designa un lugar). Si ese punto se mueve aunque sea una pequeñísima distancia y se instala en otro sitio de la pequeña porción de universo que hemos imaginado, entre su punto de partida y su nueva posición podríamos colocar una cantidad infinita de puntos, puesto que cada punto carece de dimensiones. Cantidad infinita de puntos significa colocar puntos toda la eternidad, es decir, no hay número por más grande que sea que pueda representar esa cantidad de puntos. Aquel punto que se desplazó generó una línea en el espacio que tiene una dimensión y en su trayecto, el infinito. Ahora bien, imaginemos en el mismo espacio vacío tres puntos, no importa en que posición se encuentren, los tres puntos serán coplanares, lo cual es aceptar que determinan un plano en el espacio y ese plano es triangular. Sobra decir que hay en él una infinidad de líneas y de puntos. Con que ello exista, se dan las leyes fundamentales de la trigonometría, es decir, la geometría. Leyes de Dios, si es que hay Dios, o bien, a través de tales conceptos podemos acceder a una noción de lo divino si es que al infinito, a la eternidad o a la infinitesimal dimensión del punto las podemos considerar como facultad de lo divino. Si no, entonces rechacemos la matemática, la divinidad y, por supuesto, toda ciencia. Pongámonos a vivir como animales. No en balde Aristóteles hizo grabar en la entrada de su academia la leyenda “Nadie cruce este umbral si no sabe geometría”. Y todo inicia con la nada, el espacio vacío (o el cero), un punto en medio de la nada (el uno), el movimiento (o la unión del uno con el cero) para que de ahí surja el universo (todos los números o las tres dimensiones del mundo real). Bien, todo esto, puede ser negado si tan sólo rechazamos que “el número uno existe” como nos pide Peano que aceptemos en un acto de fe. Muchos siglos después de Aristóteles hay un hombre que hace de la duda profesión de fe. Sospecha que nada existe, duda de sus propios sentidos, Soy el único hombre en la tierra y acaso no haya tierra ni hombre/ Acaso un dios me engaña./ Acaso un dios me ha condenado al tiempo, esa larga ilusión./ Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben la luna./(...) He soñado el punto, la línea, el plano y el volumen./(...) He soñado el inconcebible dolor./(...) He soñado la duda y la certidumbre./(...) Quizá no tuve ayer, quizá no he nacido./(...) Acaso sueño haber soñado./ Siento un poco de frío, un poco de miedo./ Sobre el Danubio está la noche./ Seguiré soñando a Descartes y a la fe de sus padres. (Descartes, Jorge Luis Borges). Aquel hombre a quien homenajea Borges hace la gran síntesis: reúne “el álgebra del persa” con la geometría del griego y pone las bases o, diríamos, pone sus hombros sobre los cuales puede mirar mucho más lejos Newton, quien en frase** que refuerza su lugar en la historia, reconoce a los gigantes que lo precedieron.
Cuando los hombres piensan profundamente están haciendo uso de cientos de miles de milagros acumulados por la naturaleza durante millones de años, están haciendo obra divina. Los hombres somos el medio a través del cual el universo tiene conciencia de que existe, o como sostiene el proverbio hindú: “Dios duerme en los minerales, vive en los vegetales, se mueve en los animales y piensa en el hombre”. Y todo viene de La Creación, a partir del uno, más la unión y el movimiento para llegar al tres. Los tres puntos.


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*Giuseppe Peano (1858-1932), matemático italiano, n. en Cuneo y m. en Turín; trató de resucitar la idea de Leibnitz de crear una ideografía o lenguaje del razonamiento matemático y un lenguaje universal que llamó Latino sine fluxione; en la teoría de los números estableció la noción de “número entero”, así como la teoría de las ecuaciones diferenciales ordinarias y la de los agregados


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**”Si puedo mirar más lejos es porque estoy parado sobre hombros de gigantes”. Isaac Newton.
Los otros gigantes, además de Descartes, eran Johannes Kepler y Galileo Galilei. Tres, por cierto. Como dato curioso, el mismo año que muere Galileo (1642) nace Newton.


Prosperidad, armonía y buen humor para todos los Mas:.

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miércoles, 11 de julio de 2007

Benito Pablo Juárez García

Homenaje a Juárez

La estatura de los hombres bien pudiera medirse por su actuar en su presente, la visión de su pasado histórico y por la previsión a largo plazo del futuro (el poeta diría, que son hombres que tienen un inmenso recuerdo de su pasado y también de su futuro; que es una forma de decir que son hombres que vislumbraron la eternidad). El filósofo Baruch Spinoza propuso que un hombre que no considera un lapso de tres mil años para tomar decisiones, es un tonto. Es decir, la grandeza de los hombres pudiera medirse porque su existencia la han dirigido respondiéndose las esenciales preguntas ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Para acercarse así a la respuesta de la gran pregunta ¿quiénes somos?
En los inicios del siglo XIX México no existía. Como ningún otro momento de nuestra historia, en el siglo antepasado nuestro país estuvo próximo a la disgregación. México, en la realidad, no existía y a punto estuvo de tampoco existir en la formalidad de los documentos normativos ni en los históricos.
El siglo XIX exigió ingentes cantidades de sangre de los mexicanos, al principio se derramó para liberar al país del yugo oprobioso, del saqueo sistemático e impío de la colonia española y el régimen racista que impusieran los colonizadores. Luego continuaron las luchas por el poder de los cacicazgos locales que dominaban el país pero que nunca tuvieron la estatura para gobernarlo y ni siquiera alcanzaron a crearse una imagen de la vastitud del territorio nacional. Semejantes líderes hubieran provocado la dispersión de lo que hoy es México en múltiples pequeñas naciones sin trascendencia, sin importancia y sin idea de unidad en una sola nación.
El México en que hoy vivimos, un país pluricultural, pluriétnico, con un inmenso territorio aun cuando en ese mismo siglo fuera mutilado por la rapiña norteamericana, un país con una tradición de alta cultura de más de treinta siglos, con riquezas naturales difícilmente comparables en el mundo, con las reservas de especies vegetales y animales que unos cuantos países del mundo pueden comparar.
Nación de semejante grandeza fue viable tan sólo porque hubo hombres en su historia que tuvieron la estatura para confrontar los retos que implicaba la salvación de México. Esos hombres fueron los liberales mexicanos del siglo XIX que encabezó Benito Pablo Juárez García.
Benito Juárez y el grupo de los liberales que accionó a su lado consiguieron la unificación de un país que estaba prácticamente desmembrado, cuya población era analfabeta en más del 90 por ciento y cuya era cercana a la hambruna. Consiguieron establecerse por encima de los violentos liderazgos caciquiles regionales. En un nuevo derramamiento de sangre que exigió la lucha contra el fanatismo y la intransigencia religiosas, lograron la separación de la iglesia y el estado para que los religiosos se encargaran de los conflictos espirituales personales de todo aquel individuo que admita sus creencias y la intervención de una persona ajena en su más íntimo reducto personal y, por su parte, el estado se encargara de la regulación normativa de la vida social de los mexicanos, sin prejuicios ni discriminaciones. Se impusieron al fanatismo de los que pretendían perpetuar sus privilegios sustentados en creencias dogmáticas que les resultaban muy convenientes. Resistieron la intervención del imperio más poderoso del momento histórico en el mundo. Nos dieron una constitución que normó la vida nacional el resto del XIX y sirvió de base para una nueva constitución que fuera, al menos en la letra, una de las más avanzadas del mundo. En pocas palabras, fundaron el país que ha sido México hasta este momento. Por si todo eso fuera poco, los liberales, hombres de inmensa estatura espiritual, grandiosos en las múltiples disciplinas que cultivaba en su persona cada uno de ellos –no olvidemos que uno solo de ellos solía ser militar, legislador, estadista, científico, político, literato, con calidad no menor que la de padre de familia–, refundaron la literatura mexicana la que, en tiempos posteriores, ha dado una de las más formidables literaturas en español, es decir, en el mundo.
México ha vivido los últimos 50 años en vecindad con la potencia que más poder destructivo ha acumulado en la historia de la humanidad. México ha resistido la avasalladora influencia del tan poderoso imperio gracias a dos cosas, una, a que nuestra cultura es tan ancestral como la más antigua cultura humana, en nuestro territorio surgió una de las civilizaciones originarias de la humanidad, lo que nos da una reserva cultural e identidataria que no tiene el gran imperio; y dos, a los hombres que supieron dar unificación al país a la vez que libertad.
Los mexicanos de la actualidad pertenecemos a una gran nación, en buena medida se lo debemos a los liberales mexicanos del siglo XIX que encabezó Benito Pablo Juárez García, el que nos demostró que la grandeza de México es la grandeza de sus hombres.
Hoy vivimos un momento de gran peligro para la nación. Después de que el pueblo mexicano expulsó del poder a un partido político que corrompiera los ideales de igualdad, libertad y fraternidad propios del liberalismo original, con la imposición de un engendro indefinible e indefinido que llaman neoliberalismo que más bien es –en caso de exigir definición– una feroz dictadura del mercado, del dinero. Al poder llegó un partido retardado un siglo, al menos, en la historia. Un presidente que jamás ha tenido el mando (al parecer ni siquiera la más tibia y democrática representación ni en su propio hogar) y que ha conducido al país en medio del desbarajuste. Y que, finalmente, está empezando a provocar una enconada confrontación entre los mexicanos y un grave retroceso en la democracia que tanta sangre ha costado y tantos esfuerzos y lucidez de muchos mexicanos. Hoy desde el gobierno que apeló en su momento al voto democrático del pueblo, quiere hacer un golpe de estado preventivo cancelando los sagrados derechos democráticos de los que hasta el momento, se ha demostrado, son la mayoría de los habitantes de este país, los que quieren votar por un político que no es del agrado del presidente o de quien gobierna; lo cual de ninguna manera debe afectar los derechos de los ciudadanos de este país. No es ocioso recordar las grandes luchas seculares, las catástrofes sufridas en 1810, en 1910. Estamos en 2005 a cuatro años con nueve meses del 2010 y las injusticias se acumulan, el 0.5 por ciento de los más ricos se apropian del 30 por ciento de la riqueza nacional, mientras que el 30 por ciento de los más pobres, están cerca de la hambruna. La más elemental lógica nos indica que en tales condiciones de desigualdad nadie puede vivir en paz, como ya empieza a ocurrir por la inseguridad. Esa situación debe cambiar. Alguien ha dicho en alusión a esto que “Por el bien de todos, primero los pobres”.
Hacemos votos fervientes para que la grave confrontación que está provocando el gobierno se cancele por la sensatez y la mesura más el reconocimiento de que si no fueron capaces de gobernar a la nación, sean capaces de hacer avanzar la transición democrática.
Hoy rendimos este homenaje al hombre que con su firmeza, sus ideas y su accionar logró que el futuro de este país adquiriera rumbo durante el siglo siguiente de la desaparición física de ese hombre, nuestro hermano mayor, el segundo padre de la patria, Benito Pablo Juárez García.
Es cuanto.

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BENITO JUÁREZ GARCÍA
1806
2006
BICENTENARIO DEL NATALICIO DEL BENÉMERITO DE LAS AMÉRICAS

lunes, 9 de julio de 2007

Mi madre logia, Rudyard Kipling

Mi madre Logia

Rudyard Kipling

Cundle, el Subteniente
Beasle, Ferroviario, y Achaw, el Intendente
Delfín, el Inspector, y Blacke nuestro
buen Primer Vigilante, por dos veces Maestro
en la calle conversan con Edulgee, delante
de su tienda. Allí afuera, en el mundo profano,
dicen ceremoniosos. “Señor” o “Mi Teniente”
y dentro, solamente:
“HERMANO MÍO”, hermano
sin gestos de obediencia o de poder…
tras la puerta cerrada
de la estancia en que se unen el templo y el taller
todo lo han nivelado la escuadra y la plomada
rangos y vanidades han quedado fuera.
Al orden de Aprendiz… Llamamos y Adelante
Y entramos en logia… La Logia en que yo era
Segundo Vigilante.
Hombres allí de todas las Razas se han unido
Bajo el nombre de hermanos.
Con Bela, el Contador, yo he conocido
a nuestro Jud Saúl que en Aden fue nacido.
A Din Mohamed, el que levanta planos,
para las oficinas del Servicio Agronómico
y en triple abrazo Fraternal, en fin,
comulgan el sirio Amir Singh
y Castro (un ex Católico).
Pequeño el templo y pobre,
una estancia desnuda
en una casa vieja abierta sobre
la calle antigua, solitaria y muda.
Bajo el altar dos bancos y Adelante
---Simbolizando el Ara de Granito---
una trunca columna de madera…
Para cumplir estrictamente el Rito
teníamos bastante
y yo en la Logia era Segundo Vigilante
El Cuadro se reunía en tenida mensual
y, a veces, en banquete fraternal
cuando se solía
hablar de nuestra Patria,
de Dios… mas cada cual,
opinaba de Dios según lo comprendía.
Hablaban todos, pero nadie había
que rompiese los lazos fraternales
hasta oír que los pájaros, dejando sus nidales,
cantaban a la Luz de un nuevo día
que llevaba la escarcha en los cristales.
Tornábamos a casa conmovidos
y, cuando el sol en Oriente asoma,
nos íbamos quedando adormecidos
pensando en Shiva, en Cristo y en Mahoma.
Cuánto, cuánto daría
por llevar a otras Logias extrañas
el fraterno saludo de la mía.
Fui desde las montañas
a Singapur guiado por la estrella fraterna
que dentro de mí llevo
cuánto, cuánto daría
por hallarme de nuevo
entre las dos columnas de mi Logia Materna,
diera cuanto he tenido
por poderme encontrar nuevamente delante
de la puerta de aquella Logia
donde he sido Segundo Vigilante.
Recordando a mi Logia siento ganas
de volver a estrechar fuertemente la mano
de mis hermanos blancos y de aquel otro hermano
de color, que llegaba de tierras africanas.
Poder entrar de nuevo al Templo pobre
de mi Logia Materna, a la estancia desnuda
de aquella casa vieja, abierta sobre
la calle antigua, solitaria y muda;
oír al Guardatemplo adormecido
anunciar mi llegada y mirarme delante
de aquel Venerable, del que he sido
Segundo Vigilante.
Allá afuera, en la calle, en el mundo profano,
todos eran “Señor” o “Mi Teniente”
y dentro solamente
“HERMANO MÍO”, hermano
sin gestos de obediencia y de poder.
Tras la puerta cerrada
en que unen el Templo y el Taller
todo lo ha nivelado la escuadra y la plomada
Al orden de Aprendiz… Llamamos y Adelante…
y entramos en logia… La Logia en que yo era
segundo vigilante.

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